Rafael Camacho nos atiende con su amabilidad y sonrisa habitual que esconde cierto nerviosismo. Las personas que lo conocen, entre los que nos encontramos los entrevistadores, sabemos que lleva regular este tipo de cosas porque le generan algo de inquietud. A pesar de ser uno de los mayores especialistas en transparencia de nuestro país y de su brillante trayectoria, sigue viviendo con el síndrome del impostor como cuando subió el primer contenido a su scoop.it ‘Transparencia en España’. Eso se debe a su nivel de exigencia y perfeccionamiento a la hora de abordar cualquier asunto que se proponga, y la transparencia no iba a ser menos.
Fruto de ese manera y seriedad, de esa cultura del trabajo de excelencia adquirida en la universidad, se ha convertido en una referencia y una fuente indispensable a la que acudir si necesitas saber lo último que se cuece en transparencia. Politólogo, consultor, articulista, community manager y hombre orquesta en un circo de cinco pistas de las que siempre sale airoso con un éxito sobresaliente, últimamente se encuentra centrado en la lucha por el uso del lenguaje comprensible en la Administración pública. Excelente conversador, hablamos pausadamente sobre estos diez años de transparencia en nuestro país. Nosotros callamos, escuchamos y aprendemos.
Pregunta.-Buenas, Rafa. Para comenzar, una pregunta que solemos preguntar a las personas que entrevistamos, para poner un poco de contexto personal, es aquello que cantaba El último de la fila… En nuestro caso, ¿dónde estabas entonces cuando se empezaba a hablar de la ley de transparencia en España? ¿Dónde te encontrabas tú?
Respuesta.-Pues me pilló en la universidad. Estaba investigando sobre élites políticas, un tema que me atraía bastante. Me llamaban mucho la atención los flujos y relaciones que había entre las distintas familias de poder, el funcionamiento de los partidos, cómo se movían esos hilos… Estaba bastante lejos de la transparencia tal como la conozco hoy. No estaba metido en grupos de presión, ni participaba en la sociedad civil de una manera activa, ni mucho menos. Digamos que tengo una llegada tardía al mundo de la transparencia.
Si tienes convicciones democráticas es muy difícil que la idea de transparencia no te interese mucho
P.-Y, justamente, ¿cómo llegas a este mundo? ¿Cómo empiezas a relacionarte con la transparencia?
R.-Pues por uno de vosotros, precisamente. La primera vez que alguien me habló de la transparencia, en el sentido en el que la entiendo hoy, fue mi amigo Fran Delgado, que me dijo que estaba promoviendo una asociación de la sociedad civil junto con otros compañeros de facultad y otra gente vinculada al mundo universitario. Nosotros siempre hemos tenido una amistad muy fuerte y, más o menos, nos vamos contando y sabiendo del desarrollo del uno y del otro y cuando hay algo que nos interesa nos lo contamos, por si uno u otro se suma o le llama la atención. Y me cazó, me cazó. La idea de la transparencia es muy seductora. Se ha vinculado mucho a lo que acabo de comentar de cómo se maneja el poder, pero es que, aun sin eso, también sigue siendo una idea super atractiva y poderosa que llama la atención de cualquier persona que tenga interés en la política. Si tienes convicciones democráticas es muy difícil que la idea de transparencia no te interese mucho. Desde esa perspectiva, empecé uniéndome a esa asociación en una acción formativa en la que conocí a gente absolutamente espectacular. Si ya la idea de la transparencia era seductora para mí, las personas de la transparencia lo fueron aún más. Y tan atractiva fue que aquí estoy, ahí me quedé.
P.-A ti se te conoce inicialmente, aunque luego has desarrollado otras facetas, por tu trabajo en Transparencia en España, que te convirtió en un imprescindible para cualquiera que quiera estar informado sobre lo que acontece en este ámbito en nuestro país. ¿Cómo surge esa idea?
R.-Pues surge para aprender. Se combinaron dos cosas. Transparencia en España fue un trabajo que entregué en el marco de un curso impartido por Acreditra como un modelo de curación de contenidos junto con la primera selección de noticias en esta materia. Suelo contar esto en charlas, especialmente cuando doy alguna clase en la universidad. La comunicación e información siempre me han gustado, y tenía un poco la espinita clavada de periodista frustrado, y todo coincidió: la deformación profesional de investigador de universidad, por un lado, con el interés por las noticias. Como dice mi pareja, que bendita paciencia la suya, cuando me interesa algo lo acabo quemando, y me tomé Transparencia en España casi como un trabajo en el que cada día tenía que publicar y mantener.
En este trabajo me encontré con que personajes muy relevantes del mundo de la transparencia, cargos políticos importantes, me empezaban a mandar mensajes por redes sociales. Fue como un «perdona… ¿hay alguien que está viendo esto de verdad?», y eso supuso para mí un estímulo. La gente que fui conociendo en este trabajo, el interés intelectual por este tema y su utilidad para mi desarrollo profesional hizo que Transparencia en España fuera mi proyecto en mis primeros años en este mundillo. Fue muchísimo tiempo dedicado a aprender y lo agradezco. Esa inversión de tiempo fue muy importante y fructífera porque me permitió conocer muchos aspectos de la transparencia, leer un montón y estar muy al tanto de la actualidad. Esto me facilitó tener muchas referencias sobre lo que se movía, dónde estaban las novedades, las mejores prácticas… Estoy muy contento con este proyecto porque creo que me ha aportado mucho.
La pandemia nos mostró lo mejor y lo peor de las posibilidades de la transparencia
P.-Además de editar Transparencia en España, otra de tus múltiples facetas es que eres articulista de la revista Haz. De hecho, tienes en esta publicación varios textos sobre uno de los momentos de crisis de la transparencia y el derecho en España en nuestro país como fue la pandemia. ¿Qué opinión te merece la gestión que se hizo de la transparencia en ese periodo?
R.-Bueno, es complejo. Es una cuestión poliédrica. Por una parte, hay que entender la enorme dificultad del momento, porque muchas veces, como observadores externos, afirmamos que las cosas no se pueden hacer así y que hay que hacerlas de otra manera. Y, por otra, cuando conoces más sobre el funcionamiento de la Administración, sobre el día a día y los pequeños detalles de los empleados y cargos públicos, ves que las cosas son a menudo complicadas y no se puede llegar a todo. Sin embargo, esto no puede servir de excusa porque son incumplimientos de la ley y porque hay una falta a un mandato democrático. La pandemia nos mostró lo mejor y lo peor de las posibilidades de la transparencia. Es cierto que hubo muchos errores. El Gobierno central era el que estaba más expuesto y fiscalizado en aquel momento. Por tanto, era normal que cometiera más errores, pero los hubo de todo tipo, unos más perdonables y otros menos. Una de las cosas que más me molestaba era la disonancia entre el discurso y la realidad. Se esforzó muchísimo el Gobierno en decir que era muy transparente y, sin embargo, en las cosas en que debía serlo le costaba mucho. Más allá del tema, por ejemplo, de aquel real decreto por el que se suspendían los plazos administrativos y que fue la semilla de todo lo que vino después en materia de transparencia y covid, luego pasaron muchas otras cosas, como la no respuesta a preguntas muy obvias como, por ejemplo, aquello de los miembros que integraban los comités de expertos, esos comités de expertos que existían y dejaban de existir. Estas cosas no son cuestión de que haya más o menos medios, de que estemos más o menos agobiados. No. Es un tema de que no estamos dispuestos del todo a decir la verdad. Asuntos como la publicación de los contratos relacionados con el covid, que costó la vida misma que llegaran a publicarse. Decían que era muy difícil conseguirlo, pero esa misma dificultad la tuvieron otros países y lo solucionaron con nota, como Portugal, por ejemplo.
Y nos dicen: ‘No, es que esta otra cultura. No, aquí no cabe esa disculpa. Ucrania, por ejemplo, en aquella época fue una referencia en cuanto a transparencia en las contrataciones. O Nueva Zelanda, que fue un ejemplo en contratación y comunicación, uno de los grandes fallos en nuestro país. En España, reconocer que no tenemos respuesta a algo parece que está prohibido para los políticos. En Nueva Zelanda o en Alemania reconocieron no tenerla y eso generó confianza en la ciudadanía, empatía, e hizo que mucha gente estuviera dispuesta a sumar, a comprender mejor la política o, incluso, a asumir los cambios de rumbo que se iban tomando en las políticas para la lucha contra el covid.
Sacar a militares, por ejemplo, en las ruedas de prensa y utilizar a algunas personas como escudo en vez de que fueran los responsables políticos quienes dieran las explicaciones… Gestionar la comunicación sobre el covid durante 24 horas siete días la semana explica mucho los errores durante los primeros meses. También hay que recordar que en España tenemos varios niveles de Administración, no solo tenemos la estatal. Las administraciones autonómicas nos dieron grandes lecciones de gestión de la transparencia en este periodo, pero también vimos algunos muy malos ejemplos, aunque no recibieron tantas críticas como el Gobierno central. Sucedieron cosas muy curiosas como Comunidades que seguían estrictamente las mismas pautas que el Gobierno, mientras que otras las adoptaban diferentes y, sin embargo, criticaban fuertemente lo que hacía el Gobierno central cuando en su comunidad se tomaban exactamente las mismas medidas, punto por punto.
Esa hipocresía me resultó bastante chocante y molesta. Y eso también es gestión política, no solo la del Gobierno central, sino también la de las comunidades. El mundo local se volcó de una manera increíble e hizo lo que podía hacer, demostrando su capacidad no tanto de transparencia, sino la fuerza del gobierno abierto como respuesta a las crisis: el valor de la participación, de la colaboración, en la búsqueda de soluciones colaborativas, la generación de redes… esa parte fue muy estimulante. El covid da para hablar horas y horas.
La confianza en las instituciones es fundamental para conseguir que la proliferación de noticias falsas sea lo más limitada posible
P.-Al final de lo que hablamos es de la transparencia como mecanismo para fortalecer la confianza en las instituciones y, sobre todo, para que los mensajes que nos llegan sean mucho más claros, que la gente pueda entenderlos, y no se trate a los ciudadanos como si fueran niños. Cuanta menos transparencia hay, más posibilidades existen, por ejemplo, de que aparezcan fenómenos como las fake news y las conspiranoias, claro…
R.-La falta de confianza generada por la comunicación del Gobierno propiciaba que esto sucediera. Y cuando hablo del Gobierno no me refiero solo al español, sino a cualquier otro en el mundo. No podemos nunca olvidar, por favor, que se llegó a decir que la lejía curaba el covid. La confianza en las instituciones es fundamental para conseguir que la proliferación de noticias falsas sea lo más limitada posible y se quede en grupúsculos, en un ámbito residual y prácticamente inevitable. No podemos conseguir que no exista algún tipo de conspiranoia, pero a lo que sí tenemos que aspirar, y es una obligación de las administraciones públicas, es a apelar a la responsabilidad y a que no se expandan.
P.-A pesar del momento crítico del covid, nos encanta de que hables siempre de la ‘transparencia en positivo’. Gracias a esa labor informativa que llevas a cabo en Transparencia en España estás al tanto de todas las actividades y novedades que se dan en nuestro país. En este sentido, si tuvieras que destacar algunas prácticas o avances en transparencia en estos años, ¿cuáles serían, Rafa? Por hablar de ‘transparencia en positivo’…
R.-Esto me resulta superdifícil, pero creo que sí, que tengo una respuesta. Serían todas las medidas que hacen que la transparencia sea más accesible y que el control o conocimiento de la gestión de los asuntos públicos llegue a la ciudadanía. Es decir, todo lo que tenga relación con acercar las administraciones a la ciudadanía. Me refiero al lenguaje claro y a la comunicación clara, no tanto por la obsesión profesional que pueda yo tener con este tema ahora, sino porque cualquier medida que ayude a que la gente entienda para qué sirve la transparencia y su potencialidad creo que es lo de más destacable y necesario ahora. Mucho más que la automatización de la gestión de la transparencia, las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial, los magníficos ejemplos de rendición de cuentas, que también los situaría en ese aspecto comunicativo. Cualquier esfuerzo que sirva para acercar y para que la gente entienda qué demonios es esto de la transferencia y para qué sirve. Porque a día de hoy, pasados 10 años, muchísima gente, independientemente de lo que digan las encuestas, sigue sin tener la más remota idea de lo que es la transparencia y, además, les importa bastante poco. Esto es así también porque la política ha perdido el interés en poner el foco en la transparencia. Esto lo he hablado con vosotros en alguna ocasión. Hubo un momento en el que era absolutamente imprescindible mencionar la transparencia cada 50 palabras en cualquier intervención pública o entrevista. Esto se ha ido diluyendo campaña tras campaña al ver que era un concepto amortizado que, prácticamente, ni sumaba ni restaba electoralmente. En cierta medida, la política se comió a la transparencia, pero la transparencia no se puede dejar de lado. Una vez que llega, es inevitable. Derogar la ley de transparencia supondría en la práctica declarar un estado dictatorial. Sería realmente muy, muy preocupante. Como esto no tiene marcha atrás, creo que es necesario que se siga avanzando en lo que tenga que ver con la cultura de la transparencia tanto a nivel interno, de las propias administraciones y políticos, como para la sociedad.
P.-La transparencia es imparable, un buen eslogan. Rafa, en esta respuesta has mencionado el asunto del lenguaje claro, algo en lo que últimamente te has especializado, reivindicando su necesidad. ¿Cuánto de necesario es el lenguaje claro y qué aporta a la transparencia?
R.-El lenguaje aporta comprensibilidad. Si no comprendes lo que te están contando, ¿para qué sirve? Piensa en cualquier cosa, por ejemplo, en una película de la que no entiendes absolutamente nada. Puedes mantener el interés un rato por empeño, un poco más por militancia quizás, por eso de que ‘esto no va a poder conmigo’, pero llega un punto en el que pierdes interés porque, simplemente, no te estás enterando. Si te acercas a la transparencia a través de un portal, por ejemplo, que es la puerta lógica, y no entiendes absolutamente nada de lo que hay ahí, ¿cuánto vas a tardar en salir? Y, sobre todo, ¿cuándo vas a volver? Nunca.
Muchísima gente sigue sin tener hoy la más remota idea de lo que es la transparencia y, además, les importa bastante poco
Si pides información a través de una solicitud de acceso y te responden en unos términos que para entenderlo necesitas un abogado al lado, posiblemente no vuelvas a hacerlo, salvo que tengas un interés muy grande en algún tema concreto. Ocurre igual en la vida normal, cuando buscas a alguien que te pueda echar una mano, o tienes que pagar los servicios de alguien que pueda ayudarte que para conseguir la respuesta que necesitas sobre un tema determinado. La transparencia no debe ser eso.
Al principio creía desde la más pura ingenuidad que iban a presentarse muchas solicitudes de acceso a la información. Ahora compruebo que se cumple de forma aplastante lo que [Emilio] Guichot decía hace 10 años y es que por muchos portales que haya y por mucho que se pueda preguntar al Gobierno, la gente no lo hace. Y es comprensible. ¿Quién lo hace? ¿Quién pide información? Personas que tienen un interés concreto y, especialmente, profesionales, ya sean académicos, investigadores o periodistas. Es normal, porque no podemos esperar que la gente se levante, con todos sus problemas y diga: ‘Venga, hoy voy a presentar una solicitud de acceso’. Pues no. Será porque tiene algún asunto concreto que le llama la atención o que le interesa. He pasado de esa nube en el que todo lo veía maravilloso a pensar que es una herramienta útil y necesaria, pero para que realmente sea así debe ser comprensible para la ciudadanía. Si no lo es, ¿cómo lo vas a usar? Decía Manuel Medina, ex director del Consejo de Transparencia y Protección de Datos de Andalucía, que la ley de transparencia es una ley para las personas y, si es una ley para las personas y no para los juristas, debe estar escrita en un lenguaje apto para las personas, no solo para los juristas.
P.-Hemos hablado de lenguaje claro y de transparencia en positivo, pero tampoco vamos a hacernos trampas al solitario. Hemos observado que actualmente se está produciendo, si no cierta regresión, sí una paralización de esos avances que se estaban dando en el ámbito de la transparencia. ¿A qué crees que es debido?
R.-Totalmente. Helen Darbishire decía que todos los gobiernos, de cualquier color, han hecho grandes avances de transparencia y es verdad. Cuando recopilo buenas prácticas, o doy alguna charla, intento esforzarme en poner ejemplos de todos los partidos políticos porque creo, en esa ingenuidad que todavía mantengo, y lo he escrito incluso no hace mucho tiempo, que la transparencia no tiene color político o no tiene ideología. Quiero seguir pensando en ello, pero creo que hubo un cambio muy llamativo con los llamados ‘gobiernos del cambio’, y no me refiero solo a los que venían propiciados por Podemos, sino también por Ciudadanos, porque las nuevas formaciones políticas trajeron ciertas exigencias en materia transparencia y eso se tradujo en avances y cambios. Ahora, con la desaparición en los gobiernos de esas fuerzas políticas se están, de alguna manera, frenando esos avances en el mejor de los casos. Creo que la entrada de VOX en algunos gobiernos también tiene que ver con los pasos atrás que se han dado, aunque no es algo exclusivo de esta fuerza política. No tiene ninguna presidencia de comunidad autónoma ni ninguna mayoría parlamentaria, por lo que no se puede afirmar eso, pero sí tengo claro que el freno a la transparencia y la regresión, en algún caso tiene que ver con la caída de esos partidos de nuevo cuño y con el espíritu reformista que propugnaban desde la izquierda o del centro derecha.
Ahora mismo, lo que ha ocurrido con la ley de transparencia de Madrid llama bastante atención. Porque las leyes autonómicas vinieron para desarrollar la estatal y, de hecho, la de Madrid fue de las más valientes o de las más avanzadas en su momento, y ahora se cita la ley estatal como referencia en la que cobijarse, porque eso parece, que quieren agarrarse a ella diciendo que no están obligados a hacer más de lo que la ley estatal establece. La idea no era ésta, al contrario. Se entendía que la transparencia de las autonomías fuera más allá, y así fue en Cataluña, Comunidad Valenciana o Madrid, como acabo de decir. O en el País Vasco, que quiere aprobar ahora la ley, aunque parece que no va a dar tiempo a que el Parlamento la saque adelante. El proyecto de ley de Castilla y León también era muy avanzado y con el cambio de gobierno, ya sin Ciudadanos, cayó en el olvido… Se trata de algo multicausal, tiene que ver con la amortización política de la transparencia, con el hecho de que no da o quita votos especialmente, al menos esa es la percepción que se puede tener. Si existiera una demanda ciudadana importante de transparencia seguramente volvería a los discursos políticos y no está siendo así.
El freno a la transparencia, y la regresión en algún caso, tiene que ver con la caída de esos partidos de nuevo cuño y con el espíritu reformista que propugnaban
P.-Si nos permites el comentario, resulta curioso que, justamente, hablábamos de que la transparencia era imparable y con el ejemplo que has puesto de Madrid no sé si se podría decir que estamos retrocediendo en el tiempo y esto marcará el camino…
R.-A lo mejor soy un ingenuo, pero creo que es una excepción y quiero pensar que no va a arrastrar a nadie más. Sin embargo, la supresión de la Oficina Antifraude de Baleares puede estar en la misma línea. Aparenta ser un envoltorio de caramelo, pero es un caramelo envenenado. El caramelo viene bajo un envoltorio precioso llamado ‘eficiencia administrativa’ y, claro, ¿quién va a estar en contra de la eficiencia y del control del gasto? Nadie. ¿Quién va a estar en contra de algo que es bueno como concepto? Nadie se va a oponer a algo que, además, es un principio general de actuación de las administraciones públicas. La cuestión es que, bajo esa supuesta eficiencia administrativa, al final lo que estás diciendo es que la transparencia es ‘antieficiente’, que lo único que hace es retrasar todo y hacerlo más difícil.
Por ejemplo, el tema de Extremadura y los altos cargos. Una cosa buena que tenía la ley extremeña respecto a otras en España era que los altos cargos tenían que pasar una comparecencia previa en el parlamento regional antes de tomar posesión. Pues eso ya ha desaparecido porque dijeron que hacía imposible que pudieran trabajar desde el día siguiente, y había que esperar una o dos semanas. Cuando escuchas este argumento piensas que es una broma porque como tal no puede ser más débil. Que no nos tomen por imbéciles. Con esa misma excusa se eliminan las oficinas antifraude o pasa a haber un único miembro en el Consejo de Transparencia de Madrid en vez de tener tres vocales. ¿Por qué? Porque es mucho más fácil elegir a uno que a tres y es más rápido, pero, claro, no se trata de eso. Cuando alguien usa como argumento la eficiencia administrativa para reducir la transparencia me hace poner los pies en pared.
P.-Para terminar ya, Rafa, y al hilo de lo que estamos hablando, que parece que la transparencia ha dejado de estar de moda, recuerdo un artículo tuyo en el que decías que a la transparencia se le hace de noche. ¿Estamos a tiempo de revertir esa situación? Y, grosso modo, ¿cuáles crees que son los verdaderos retos de la transparencia en nuestro país?
R.-Sí, estamos a tiempo, sin duda. Uno de los últimos artículos que publiqué decía que la transferencia bailaba bachata porque va dando pasitos hacia delante y pasitos atrás No quiero que se piense, después de todo lo que he dicho hasta ahora, que solo vamos hacia atrás, no. También avanzamos y hay muchas cosas que lo demuestran. Esa perspectiva no debemos perderla. Por desgracia creo que los retos se parecen muy, muy mucho a los que planteaba en el primer o segundo artículo que escribí en la Revista Haz. Han pasado tres años y pico y se parecen muchísimo. No lo recuerdo exactamente, pero grosso modo, como dices, uno es el reto cultural, que las instituciones se crean la transparencia; que seamos capaces de transmitir la necesidad de transparencia y que la ciudadanía lo comprenda, que se trabaje en la formación y concienciación en integridad en las instituciones. Que sea una cuestión integral, preventiva y no correctiva, como la que procede del Derecho Penal.
Por otra parte, está el reto tecnológico, saber usar las posibilidades de la tecnología que no se están aprovechando. Sobre esto, recuerdo un artículo que escribí con la colaboración de Juan Romero Raposo, de Openkratio, que es de las personas que más admiro y menos reconocimiento tiene en materia de transparencia. Cuando hablas con él te recuerda la cantidad de cosas que podemos hacer en transparencia con ayuda de la tecnología y no se hacen todavía. Hay algunas cosas más fáciles y otras más difíciles, pero cuesta dar ese salto porque todavía, por el tema cultural, estamos en el ‘yo ya cumplo la ley y si cumplo la ley pues ya está bien’. El reto tecnológico tiene otra vertiente, el de la inteligencia artificial, en dos aspectos: uno, su uso para cuestiones de transparencia, y dos, la transparencia sobre la inteligencia artificial, que esto me preocupa mucho. Me inquietan mucho los algoritmos que deciden nuestra vida. Ahí está la batalla de Civio por destripar el algoritmo de Bosco. Creo que no falta mucho para que la inteligencia artificial responda a solicitudes de derecho de acceso a la información. Creo es algo que va a pasar más pronto que tarde y creo que se debería dejar claro en qué casos se ha utilizado esta tecnología. A lo mejor no sucede, pero creo que es de las tareas más sencillas que se puede pedir a estas inteligencias artificiales.
Los desafíos a los que nos enfrentamos en transparencia serían el reto legislativo o jurídico, el cultural y el tecnológico
Y después tenemos, quizás, el reto más importante que es el jurídico, porque ya hemos visto que la transparencia tiene que entrar con sangre, porque si no es con sangre no va a entrar. El tema de las sanciones, el cómo vamos a regular esto para que la transparencia sea realmente efectiva. Éste es otro de los puntos en los que he perdido la inocencia. Yo era de los que defendía que la transparencia con sangre no entra, siguiendo al maestro Jiménez Asensio. Luego él dio un giro y yo con él, pero bastante más tarde. Y sí, va a tener que ser con sanciones, con algún tipo de mecanismo coercitivo que acabe por hacer necesario su cumplimiento. Pero reconozco que en esto de las sanciones no dejo de dudar. Decía José Luis Rodríguez, presidente del Consejo de Transparencia, que el nivel de cumplimiento es insoportable y creo que esa palabra lo hice todo. No puede ser que no se cumplan las resoluciones de los consejos o comisionados de transparencia.
A modo de resumen, para mí los desafíos a los que nos enfrentamos en transparencia serían el reto legislativo o jurídico, el cultural y el tecnológico.