Kiko Llaneras es un pionero en el uso periodístico de los datos en nuestro país. Analizarlos, exponerlos y traducirlos para que pueda entenderlos la ciudadanía no es un trabajo precisamente fácil. Es ahí donde ha sacado a relucir su enorme capacidad pedagógica, que le ha hecho destacar y conseguir hacer ameno algo tan árido como la estadística.
Sus investigaciones durante la covid nos ofrecían certezas en momentos de gran incertidumbre y sus trabajos sobre encuestas electorales han sido herramientas básicas para que cualquiera pudiera acercarse al mundo de las estimaciones y predicciones de forma sencilla y comprensible.
Brillante en sus análisis, es el equilibrio perfecto entre las perspectivas ingenieril y periodística, con una cabeza que va a mil por hora y que ha puesto al servicio de la transparencia. Es nuestro Billy Beane de la transparencia.
Pregunta.-Año 2011-2012, tiempos convulsos, crisis económica, casos de corrupción, movimientos sociales y de protesta como el 15-M. Empezaba a escucharse el runrún de aprobar la primera Ley de transparencia en España. Como cantaba El Último de la Fila, ¿dónde estabas tú entonces? ¿Andabas ya metido en esta historia del periodismo de datos e investigación?
Respuesta.-Pues en 2011, 2012 no. En esa época estaba en el mundo de los blogs. En mi carrera he tenido como dos etapas. En la primera yo era profe universitario, estaba haciendo mi tesis doctoral y me dedicaba a la investigación, pero en el área de la ingeniería. Los datos sí que eran mi día a día, pero desde el lado de la investigación. En paralelo, desde 2006 o 2007 había empezado a escribir en Internet. Era el momento de los blogs, de la apertura de la comunicación social horizontal. Descubrimos que se podía escribir en internet, que cualquiera podía contar sus cosas y que cualquiera, también, las podía leer y yo, como mucha otra gente, decidí mantener uno de esos blogs. La diferencia de mi espacio en ese internet primitivo era que escribía sobre actualidad usando datos. Eran mi herramienta de trabajo. Hablaba de los problemas de entonces: de la vivienda, del euríbor, de si es mejor alquilar o comprar, o de cuándo empiezan los nuevos partidos. Hacía ver que podíamos hablar de todo esto con datos. Se podía hacer y, además, era una oportunidad porque era algo nuevo. En los medios de comunicación casi no había nada de esto porque no estaba en su tradición y por ello se podía hacer desde fuera de los medios. El mundo se había hecho abundante en datos y teníamos que descubrir qué hacer con ellos.
La desinformación se propaga mucho más en la oscuridad que en la luz. Cuantos menos datos haya, más desinformación habrá
P.-Del mundo de los datos a la transparencia. ¿En qué momento contar historias a través de los datos se convierte en una labor de aportar mayor transparencia a la gestión pública? ¿Quién fue el primero que te habló de transparencia o cuándo empiezas a ver que esto tenía alguna conexión con la transparencia pública?
R.-Yo le encuentro dos posibles orígenes. Por un lado, podíamos tener datos sobre muchas cosas y queríamos que esos datos circulasen. En ese momento, la gente que los tenía los compartía. Grandes plataformas como Facebook compartían en aquellos años datos casi libremente y, por ejemplo, te hacían un mapa de cómo eran las aficiones del fútbol en Estados Unidos calle a calle. Y unos años después, de repente, viene el momento del cierre. Seguramente a alguien se le ocurrió: ¡Ostras! igual esto es sensible y la gente no tiene por qué enterarse de que tenemos todo esto. Pero en aquel momento de ‘podemos tener datos de un montón de cosas y está bien compartirlos’, las administraciones participaron de esto porque los tenían también. Fue el momento de la oferta de los datos. Existían y de una forma casi naíf se compartían, se mostraban y a la gente le interesaban.
Y luego está el otro origen, que nace con la crisis política de 2011-2012: la rendición de cuentas. Ésta es la vía que yo creo que empujó la ley. Los políticos tenían que estar sometidos a un escrutinio público de una manera más intensa de lo que había sido hasta ese momento. La sociedad civil española se había mostrado endeble y estábamos en ese punto en que había que rendir cuentas en todos los aspectos. Y uno de ellos era el de la transparencia, que aparece muy unida a la vigilancia al poder. Debido a que mi naturaleza es más de ingeniero que de periodista, el sueldo de los políticos no habría sido el primer dataset que hubiera pensado en pedir. Quizá sí lo habría hecho un periodista que está más en el terreno de la vigilancia y este tipo de cuestiones está más en su acervo primitivo.
Yo creo que ésas fueron las dos vías. La primera, simplemente, era que había datos, eran útiles e interesantes y, por tanto, los que tuvieran las administraciones tenían que salir a la luz. Y luego, la segunda, la vía de hacer rendir cuentas a los políticos y hacerlo a través de los datos.
P.-¿Y crees que el hecho de poder ejercer el derecho de acceso a la información, tal como está contemplado, ha transformado en alguna medida la labor periodística y de investigación en España en esta primera década de Ley de transparencia?
R.-Sí. Ha sido un éxito desde muchos puntos de vista. Por un lado, porque sirvió para demostrar o poner negro sobre blanco la idea de que ser transparente es un bien público y es una obligación. Esto no es obvio ni es incontestable necesariamente, pero ejercer la transparencia es un objetivo, un propósito, es algo que las administraciones deben hacer. Sólo este mensaje, que damos por descontado a veces, sin una ley que tuviera el título ‘de transparencia’ no hubiese sido ni tan fácil ni tan evidente. Esa parte de la rendición de cuentas creo que funciona muy bien.
Las administraciones creen en muchos momentos y en muchos ámbitos que hay información que es mejor que la gente no tenga
Y luego, yendo ya al periodismo, esta última década ha sido muy fértil en datos. Nos hemos hecho con ellos por todas las vías. Gracias a la transparencia, a los datos obtenidos porque muchas administraciones los comparten en abierto con su mejor voluntad, sin ningún tipo vigilancia y porque simplemente están deseosas de mostrar la información que producen, que en muchos casos les cuesta mucho generar, y quieren que se use para cualquier fin. Y luego están los datos que vienen de otras fuentes, desde aquellos que genera algún friki en Internet y supone un trabajo ingente sin ningún tipo de contraprestación, sólo por su deseo de aportar algo en ese Internet primigenio, hasta datos que aparecen de organizaciones internacionales, de empresas que los liberan… Sí, la relación del periodismo con los datos no tiene nada que ver hoy con hace 10 años. Hemos creado formatos nuevos, empleos y perfiles nuevos. La cobertura de unas elecciones es totalmente diferente, la del deporte o una pandemia también. Los datos están en el centro. Realmente, el periodismo, en ese sentido, es irreconocible una década después.
P.-Y, en tu opinión, ¿cuál crees que es el episodio, la experiencia informativa más abominable que ha puesto en entredicho la transparencia en nuestro país?
R.-Dejadme pensar… Seguramente os diría que la pandemia, que es lo que me viene a cabeza. Esto está muy influenciado por mi biografía ya que, al final, los temas en los que he puesto mi atención son los que me van a venir a la cabeza. No es un ranking, pero sí es mi ranking. Creo que la pandemia ha sido la cara y la cruz del uso de los datos. Por un lado, ha sido alucinante que pudiéramos seguir en tiempo real una pandemia mundial, teniendo cifras globales de la incidencia de un virus y su evolución país por país. Esto no tiene precedentes y es futurista de una manera que creo que no apreciamos bien. Fue un gran éxito y se gestionó todo lo mejor que se pudo porque se usaron datos. Al mismo tiempo, hubo lagunas importantes en lo que toca a la transparencia de la que estamos hablando, de información que existía, que se recogía y que se decidió no compartir públicamente. Porque, como decía al principio, la idea de que la transparencia es buena per se no es incontestable. Las administraciones creen en muchos momentos y en muchos ámbitos que hay información que es mejor que la gente no tenga. Normalmente por su propio bien, porque creen que se van a mal interpretar, porque es muy sutil y si no se explica bien puede mandar un mensaje equivocado, porque se puede utilizar mal… Hay muchos motivos para pretender que una información es mejor que no circule, y puede ser un debate razonable, pero creo que en la pandemia hubo excesos en este sentido. Por poner ejemplos concretos, a nivel nacional no tuvimos datos de incidencia por municipios. ¿Por qué no fue posible? El acceso que tuvimos a los datos durante mucho tiempo fue, básicamente, a través de un pdf, en lugar de formatos reutilizables que pudiésemos procesar de una manera más profesional, más eficiente y mejor. Eso limitaba muchísimo el trabajo que los periodistas podíamos hacer con los datos públicos a nivel estatal.
Cuando el poder hace las cosas bien, ya se encarga de relatarlo él. La labor del periodismo es contar las lagunas
P.-Sabíamos perfectamente que ésa podía ser una de las peores experiencias, sobre todo en el manejo del volumen de datos que fue ingente. ¿Qué lecciones y aprendizajes concretos deberían de sacar las administraciones de una experiencia tan brutal como ésta?
R.-Un primer aprendizaje es que los datos importan y la gente los quiere. Mi primer mensaje, que puedo afirmar con rotundidad porque en el periódico lo aprendemos bien, es qué información quiere la gente. La pandemia nos demostró que los lectores, las audiencias generalistas querían ver la evolución de la curva en su país, en su comunidad autónoma, en su municipio, en su barrio. La gente quería esa información y no la quería muy intermediada, querían mirarla y emitir su propio juicio y juzgarla ellos mismos. Como axioma diría que los datos no sólo son valiosos, no sólo son importantes, sino que son demandados por la gente y, además, los aprecia. No quiero ser injusto con la gente que está al otro lado, que conoce mejor las dificultades de la Administración, pero creo que se necesita expertise en análisis, en datos. Muchas veces hay buena voluntad, pero falta cualificación que, por otro lado, es normal que no la haya, porque estamos hablando de perfiles nuevos y muy demandados. Es que a mí me cuesta reclutar la gente más talentosa para el periódico porque tengo recursos limitados y tengo que competir con grandes compañías y con un montón de otras circunstancias más. Entiendo la dificultad, pero para mí, probablemente, la principal lección es que necesitamos ese expertise que ahora todos sabemos que es necesario. En la Administración se necesita incorporar o renovar estos perfiles porque ya hemos visto que donde hay voluntad y cierta capacidad salen cosas muy buenas y útiles. La voluntad es lo complicado de moldear: quien la tiene no la va a perder, y quien no la tiene no la va a adquirir. Por lo menos, que donde haya voluntad haya resultados porque tienes gente capaz de transformarla en un buen uso de los datos. Mi consejo número uno es tener gente capaz de gestionar datos y pensar en datos, que es lo más difícil.
P.-¿Qué es lo más llamativo que has escuchado decir a un responsable político sobre transparencia entendida como un incordio?
R.-No se me viene a la cabeza ningún caso concreto, pero a mí algo que me irritó durante la pandemia es que mucha gente argumentaba, en público y en privado, que era contraproducente compartir muchos datos de covid, con el argumento, muchas veces, de simple autoridad: ‘No. Esta información es para los técnicos, pero que lo vea la gente no es buena idea’. Es un mensaje que he escuchado muchas veces y va contra todo lo que yo creo. Todos los abusos de poder casi siempre vienen acompañados del argumento de que es por el bien común, pero ésa es una excusa que nos puede llevar a sitios indeseables. Con la transparencia, los ciudadanos son capaces de asumir la complejidad de interpretar las cosas con rigor. Esto no quiere decir que no pueda existir mala información, mal uso de los datos, intoxicación… Esto lo hay siempre, pero la desinformación se propaga mucho más en la oscuridad que en la luz. Cuantos menos datos haya, más desinformación habrá.
P.-Ahora que hablas de los abusos de poder recordaba que Manuel Villoria, con el que coincidí en Valladolid en una charla a estudiantes, les decía «Nunca os fieis del poder. Se puede confiar en determinadas personas por su conducta, por su comportamiento, pero jamás os fieis del poder». Esa parece ser una primera regla a tener clara…
R.-El periodismo, la sociedad civil existen como contrapoderes. A veces tengo que enfrentar esta crítica: ‘Sólo habláis de lo que no funciona’. Por ejemplo y por no cambiar de tema, incluso durante la pandemia me decían que solo contábamos y poníamos énfasis en lo que se estaba haciendo mal en términos de gestión. Yo he defendido mucho el periodismo optimista, pero no en este caso. Cuando el poder hace las cosas bien, ya se encarga de relatarlo él. La labor del periodismo es contar las lagunas. No era por capricho que contásemos lo que no se estaba haciendo bien con los datos durante la pandemia. La finalidad era mejorar. Y nos decían: ‘Estáis siendo injustos con el esfuerzo de mucha gente’, y no es así. Yo reconozco el esfuerzo de un montón de gente que sé que estaba ahí, pero la labor de la sociedad civil, sobre todo en una situación de este estilo, creo que es una máxima. Y, al mismo tiempo, alguien tiene que reconocer lo que se hace bien también desde el poder. En España podemos imitar a otros sitios donde se premia y reconoce a funcionarios que han sido excepcionales en su labor, aunque ésta sea pequeña e invisible. Estados Unidos lo hace. Por ejemplo, hay historias maravillosas de gente que ha estado 30 años trabajando como funcionario creando modelos de rescate marítimo. Recuerdo esta historia de un podcast de Michael Lewis que hablaba de una persona en un lugar remoto de Estados Unidos que había enfrentado un problema al que nadie le había hincado el diente: ¿Cómo se rescata a la gente que cae al mar? No hay ninguna compañía, ninguna empresa, ni nadie cuyo negocio sea rescatar a gente que se ha perdido en el mar. Se trata de un problema sin resolver. Este funcionario de costas o algo así, no recuerdo bien, había dedicado 20 años de su vida a recoger datos sobre personas perdidas en el mar, dónde habían aparecido o se las había rescatado, cómo eran las corrientes… Todo ello para crear modelos, patrones. Tenía un modelo que luego, años después, sin que nadie fuera muy consciente de ello sirve para salvar cientos de vidas. Reconocer este tipo de labores me parece fundamental, aunque no coincida con el día a día del periodismo.
Todos los abusos de poder casi siempre vienen acompañados del argumento de que es por el bien común, pero esa es una excusa que nos puede llevar a sitios indeseables
P.-Una pregunta de carácter personal. ¿Cómo se vive el acceso a la información pública en una casa donde todos viven en parte de ella [la pareja de Kiko se dedica también al periodismo]?
R.-Pues la verdad es que es un privilegio. Tiene también sus pros y sus contras, digamos. Está muy bien compartir el trabajo con tu familia, pero el mayor problema es desconectar. Aunque hemos mejorado mucho en este sentido. Alguna vez, muy pocas, tenemos semanas un poco raras en las que los dos trabajamos en el mismo tema o investigamos la misma cuestión para medios diferentes. No sucede muchas veces que se trate de algo muy delicado, que estés buscando una exclusiva que sabes que todo el mundo está detrás de ella y, entonces, son semanas en las que hablamos menos porque sabemos que, probablemente, ambos estamos investigando sobre lo mismo. Pero pocas veces sucede. Recuerdo hace muchos años, por ejemplo, la polémica sobre la tesis de Pedro Sánchez. Había que ir a recoger la tesis, acceder a la biblioteca de la universidad y sólo se podía ir en persona [se ríe]. Pero lo normal es más bien al revés y que nos digamos: ‘¡Qué bueno esto! ¿Cómo lo habéis conseguido?’. Compartimos información con cuidado.
P.-Para acabar, aunque muchas claves ya las has ido indicando a lo largo de la entrevista, ¿cuáles crees que son realmente los retos de transparencia para que en un futuro pueda mejorar la labor periodística? Además de los formatos, que es algo muy obvio que hay que mejorar, algo concreto que dijeras ‘Ojalá esto cambiara’…
R.-Aparte de formatos reutilizables, pediría más microdatos, más acceso a datos lo más ‘brutos’ posible. No tantas tablas agregadas. Me gustaría ver más medianas. La mediana te exige tener acceso a los datos uno a uno, y así poder saber lo que le pasa al 20 % bajo, al 20 % superior… Y luego más datasets. Hay montones de datos en manos de la Administración que deberían abrirse más y más de forma rutinaria. Esto lo digo desde el periodismo, pero mi reflexión va más allá. Si los datos son tan valiosos y las administraciones tienen tantos y son un bien público, el siguiente paso es qué hacemos con ellos para conseguir algo bueno. Es decir, cómo puede la Administración explotar, usar de la manera más eficaz posible los datos que tiene, no solo para rendir cuentas, sino también para tomar mejores decisiones, para medir si sus políticas funcionan, para saber qué colectivos o qué barrios, qué lugares, qué personas son más vulnerables, e involucrar a académicos e investigadores para afrontar estas preguntas. El reto al que nos enfrentamos es ¿qué puede hacer la Administración con sus datos para mejorar la vida de sus ciudadanos?